SECRETARÍA DE GESTIÓN HUMANA Y RECURSOS FÍSICOS DE YUMBO

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jueves, 8 de noviembre de 2007

Un cuento a propósito de la RECTITUD y la responsabilidad

El reloj de la torre...

Había una vez un pueblo que tenía pocas casas. También tenía una escuela, una plaza con muchas flores, un almacén grande, un almacén chico, varios perros, un río con agua clara y una torre muy alta donde había un reloj.

Todos los papás y las mamás, los abuelos y los chicos, cuando querían saber la hora, miraban el reloj de la torre, que se veía desde todos lados. La abuelita decía:
-Son las diez de la mañana, los pájaros de la plaza están esperando que les lleve miguitas de pan. Cuando el papá miraba el reloj y veía que eran las siete de la mañana dejaba de trabajar y se iba un rato al río a pescar.

En la escuela del pueblo los chicos estudiaban hasta que veían las agujas del reloj marcando las once; entonces se ponían contentos y guardaban los útiles porque era la hora de jugar. La maestra un día les llevaba una pelota grande, otro día sogas para saltar. A veces regaban las plantas del jardín o cortaban flores para adornar la escuela.

Y en cada casa del pueblo, las mamás miraban el reloj de la torre para saber a qué hora tenían que preparar la comida.

Pero un día que nadie vio el sol porque estaba muy nublado, una nubecita aventurera bajó y bajó hasta que llegó a la torre, y la envolvió toda con su bruma.
-Hola, nubecita- le dijo el reloj -¿Te querés quedar a jugar conmigo?

-Sí- dijo la nube –me encantan tus agujas y tus números tan grandes.

Y ahí se quedó la nubecita enganchada, y tanto envolvió a la torre, que el reloj no se veía ni un poquito de ningún lado. ¡Qué lío entonces para saber la hora! Algunos papás llegaban muy tarde al trabajo y otros llegaban demasiado temprano. La mamá de Luis Fernandito fue al almacén a comprar azúcar y el almacén estaba cerrado. Claro, el almacenero creía que todavía podía seguir durmiendo.

Cuando la maestra llegó a la escuela vio a varios chicos dormidos en la puerta. Habían llegado tan temprano que el portero los había atendido en pijama y gorro de dormir y les había dicho: -Un momento, todavía no pueden entrar. Tengo que barrer.

Los demás fueron cayendo de a uno, cada vez más tarde, Luis Fernandito, que llegó cuando ya todos se iban de vuelta a sus casas, se puso muy contento. Mientras Alejandro desayunaba, Valeria comía tallarines con salsa. Doña María se ponía el camisón y Mariana se maquillaba para ir a pasear. No se sabía a qué hora trabajar, a qué hora cocinar, cuándo jugar, cuándo estudiar. Unos decían que era temprano, otros decían que era tarde. Todos miraban la torre para ver si podían ver el reloj, pero la nubecita no se iba. Se movía un poquito para acá, un poquito para allá, pero nadie veía el reloj.

Pasaron algunos días, de pronto el reloj se dio cuenta que lo único que hacía era jugar con la nube y que se había olvidado por completo de cumplir con su responsabilidad. Pensó y pensó y se dio cuenta que, estaba bien jugar, pero no por eso debía dejar de lago su trabajo. Miró al pueblo y descubrió que su forma de actuar había causado problemas a todos. Inmediatamente decidió cumplir con lo que tenía que hacer.

-Nube, amiga mía- dijo, -me parece que jugamos demasiado. Será mejor que sigamos nuestra diversión otro día. Te regalo un tic-tac.

Y de repente en el pueblo todos se pusieron a bailar y a reír, porque apareció el reloj de la torre todo entero, con sus agujas y sus números, saludando a los vecinos.

-¡Vamos a trabajar, a jugar, a estudiar, que volvieron las horas!

Fue un alivio. Todo se puso en orden, pero en ese pueblo nunca se olvidaron de los días sin reloj.

2 comentarios:

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